"¿Puedo hacer lo que me gusta siempre y cuando no lastime a nadie más?"

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A veces no entendemos realmente el significado de las reglas que se nos imponen, porque no vemos cómo son útiles y no vemos a quién se supone que deben proteger. No me refiero solo a tener que usar una máscara en una calle vacía, o que me impidan ir a la escuela con un top corto y chanclas. Después de todo, podemos ver cómo estos asuntos pueden afectar a otros.

 

En cambio, me refiero a todas  las ocasiones en las que queremos dejar de lado todas las demandas personales que parecen afectarnos solo en privado.

 

Ser justo con todos

 

El dicho: "Tengo derecho a ..." expresa una comprensión reducida, incluso estrecha, de la ley y la justicia. Es cierto que la justicia consiste en que se respeten nuestros derechos y libertades. Es cierto que la justicia regula nuestras relaciones con los demás: lo que les debo y lo que tengo derecho a exigirles. Esta concepción tan válida se hereda de una tradición antigua, que ha pasado a lo largo de la historia, desde Aristóteles y Santo Tomás de Aquino hasta los moralistas y juristas modernos. Esta concepción se basa en una fuerte intuición: los humanos somos “seres para los demás”.

 

La vida social es la condición para nuestra supervivencia, pero también para una vida plena. Así, la práctica de la justicia, del respeto a lo que se debe a los demás, lleva a su plenitud esta semilla profundamente arraigada en nosotros, que es la inclinación a la vida social.

 

Pero si vemos la justicia demasiado como el estricto respeto de lo que cada uno de nosotros le debe a los demás, con toda imparcialidad, precisión y reciprocidad, terminamos viendo la justicia como algo exterior a nosotros mismos. Pensamos que, si protestamos y exigimos indignados, la sociedad atenderá nuestras demandas. Y a la inversa, pensamos, mientras no invada los derechos de los demás, puedo hacer cualquier cosa.

 

Primero, una orden interna

 

La justicia tiene su fuente en nuestros corazones. Está destinado a reinar en nuestra interioridad, en toda nuestra persona. Justicia significa también ser capaz de reconocer la admirable disposición de todo nuestro ser: una inteligencia enamorada de los descubrimientos y los nuevos horizontes; una voluntad capaz de llevarnos lejos y transformar nuestros sueños más locos en proyectos reales; una imaginación siempre dispuesta a alimentarse de grandes historias; música, belleza, un cuerpo que demanda y respira energía y vigor!

 

La primera forma de justicia, entonces, es la justicia hacia nosotros mismos, cuando amamos todo lo que somos, honrando todo lo que nos compone, cada elemento en su lugar. Por eso, Platón, y más tarde San Agustín, vieron en la justicia una especie de orden que es, ante todo, interior.

 

Cuando abrimos nuestra mente a estas dos visiones complementarias de la justicia (interior y exterior, hacia nosotros mismos y hacia los demás), entendemos que no todo está permitido. La verdadera justicia no encuentra su fuente principalmente en los diversos tipos de legislación que regulan la vida en común. La justicia encuentra su fuente ante todo en el corazón de cada uno de nosotros, cada vez que nos preguntamos: ¿Sé dónde está mi verdadero bien? ¿Tiene mi vecino lo que necesita para que él y yo podamos vivir, vivir bien y vivir bien juntos?

 

La verdadera justicia es, por tanto, por esencia, una especie de generosidad: va más allá de la ley. Se niega a ser impersonal y frío. Entonces, la verdadera pregunta no es: "¿Estoy lastimando a alguien al hacer esto o aquello?" sino "¿A quién le estoy haciendo bien?" Por eso la Escritura otorga a la justicia la misma profundidad que el amor. La justicia forma una sola realidad con el amor: significa rectitud, rectitud en el amor, mientras que el amor indica más bien la profunda espontaneidad que nos lleva a acercarnos a los demás.

 

Derechos y obligaciones

 

Es extraño, pero así es. La lista de nuestros derechos siempre será más estrecha que la lista de nuestros deberes, y el alcance de nuestros deberes siempre será más rico e inspirador que el alcance de nuestros derechos.

 

Tengo deberes para con los demás porque son mis hermanos y hermanas, y los necesito tanto como ellos me necesitan a mí. Tengo deberes para conmigo mismo porque soy un reino propio y tengo deberes para con Dios, quien es el Creador de este reino, y elegí vivir en él.

 

Fuente : https://aleteia.org/